
Los diez mandamientos del gestor cultural
Artículo publicado el pasado 2 de octubre en LaVanguardia.com y que, muy amablemente, su autor, Albert Lladó, nos ha autorizado a reproducir.
1) La burocracia no es el oficio
El gestor cultural es, más que gestor, un dinamizador. Gestiona recursos, es cierto, pero su principal motor es el de activar voces, propuestas, preguntas. Un proyecto ha de ser sostenible, sí, pero eso no es sinónimo, necesariamente, de cuadrar las cuentas. La rentabilidad tiene muchas celdas. Recuerda que la burocracia es algo con lo que lidiar (todos los conocimientos en ese sentido son bienvenidos), pero no la esencia de tu profesión. Decide qué manda sobre qué. Que el monstruo no se te coma.
2) Todos somos creativos
Una única certeza ha de tener cualquier persona que se dedique a la gestión cultural: todos los ciudadanos, independientemente de su formación, edad o condición social, tienen habilidades creativas. El gestor es un buceador que va en busca de ellas, las fomenta, batalla contra prejuicios, y cree que la vida es algo menos encorsetada de lo que surgiere la rutina y los titulares. Un yo creativo es un yo más sincero. Más honesto. Más preparado para vivir, dignamente, en comunidad.
3) Ser protagonista sin querer protagonismo
El gestor cultural trabaja en silencio, en sótanos sin flashes ni camarillas, para que todos los rings acojan las luchas de otros. La creatividad del gestor es saber ofrecer, siempre, la tela en blanco al que no sabe aún que es pintor. Como dice Sanchis Sinisterra, “hay que obligar a lo posible a que ocurra”.
4) Investiga ergo comparte
El gestor cultural tiene la puerta abierta por convicción. Entiende que la cultura es, también, improvisación, capacidad de adaptación, saber escuchar, cambiar lo que no estaba en el programa de mano. El gestor mira a través un telescopio que frena justo donde los otros no se detienen. La espiral del silencio es una zarza (una zarza-ruido) que hay que saltar. Y, una vez identificado el tesoro perdido, enchufar el altavoz. Y que pase de mano en mano.
5) O complejidad o propaganda
El discurso monolítico, patrocinado, rígido, es un relato necesariamente falseado. Dice Antonio Monegal, en un artículo en el Cultura/s, que “uno de los valores más importantes de la cultura es que introduce en nuestra vida complejidad”. Sin matices, caemos en la propaganda. Atentos, es lo que quieren. Se buscan conversos.
6) Crítica y autocrítica
La cultura puede ser entretenida, pero no es lo mismo que el entretenimiento. Cuidado con esas falacias, tan dulces. Si la cultura no ayuda al desarrollo de la capacidad crítica del que la disfruta, tanto del autor como del espectador (que, al final, son la misma cosa), anulamos su capacidad intrínseca de transformación. Al mismo tiempo, preguntarse repetidamente qué es la cultura no es ombliguismo, ni manías del gremio. Se trata de identificar límites impuestos.
7) El rincón convertido en epicentro
Los grandes relatos pueden aparecer, también, en una biblioteca de barrio, en un centro cívico, en un hospital, en un ateneo, en una plaza o en una prisión. La cultura y el espectáculo pueden converger (converger, qué palabro), pero no todas las expresiones artísticas son necesariamente una verbena. Los farolillos, además de decorar, también alumbran.
8) Identidad y movimiento
El gestor cultural topa con la dicotomía (la mayoría de veces, imaginaria) entre individuo y comunidad. La identidad es algo en perpetuo movimiento, y hay que invitar a heterodoxias y disidencias, para que la cohesión social no sea presentada como un idílico vals de consenso y sumisión, sino como un lugar en el que los conflictos cuecen y enriquecen. La identidad será un lugar en el que entrar y salir, o no será.
9) Deliberación y democracia
El gestor cultural sabe que, aunque no le entrevisten en los grandes medios de comunicación, su trabajo es fundamental para la esencia de la democracia. Hay días de decepción y frustración, pero nada es perfecto. Ahora que tanto se habla de los votos, las consultas y los referéndum, el profesional comprende que son estaciones vacías si no se llega desde el carruaje, a veces tan pesado, de la deliberación. Un voto sin debate previo, sin todas las cartas sobre la mesa, es un mero acto físico, descodificado. La función del gestor, por lo tanto, es facilitar las mesas redondas (o escenarios, o cines, o salas de exposición) para que el pensamiento zarandee convicciones y apriorismos, propios y ajenos.
10) El compromiso como compromiso
La gestión cultural es, por encima de todo, compromiso. Dice Marina Garcés que “tomar una posición no es tomar partido (a favor / en contra) ni emitir un juicio (me gusta / no me gusta)”. Es, nos advierte, “inventar una respuesta que no tenemos y que, sea cual sea, no nos dejará iguales”. Es, pues, convertir el trámite en interrogante. Y lanzarse a ello. Para que, entre todos, perdamos el miedo.
Albert Lladó (Barcelona, 1980) es editor de Revista de Letras y coordinador de la sección de Cultura de LaVanguardia.com. Ha publicado los libros de relatos Podemos estar contentos y Cronopios propios, el ensayo Encuentros fortuitos, la recopilación de entrevistas Paraules, la novela La puerta y el libro de aforismos La realidad es otra.
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